Gorda. Llorona. Depresiva. Obesa. Tonta. Puta. Intensa. Pendeja. Obsesiva. Ansiosa.
Son algunos de los adjetivos con los que me han descrito a lo largo de mis 24 años. Y quisiera decir que todos han sido dicho por extraños, pero en su mayoría han sido por personas que llegaron a ser muy cercanas a mí. ¿Saben el impacto de esas palabras? Peor aún, ¿se imaginan que he llegado a autodenominarme así? Que horror.
Y es que vamos por la vida utilizando palabras que no sabemos cómo van a resonar en las demás personas. Las palabras son cómo pequeños golpecitos que poquito a poquito van dejando moretones. Moretones que pueden convertirse en heridas. Heridas que pueden nunca llegar a sanar.
Y claro que podemos decir “que se te resbale como mantequilla”. Pero que cansado es siempre dejar que todo se te resbale, cuando nuestro inconsciente no tiene ni una pizca de sentido de humor. Hay palabras que muy en el fondo se quedan grabadas. Palabras que hoy a mis 24 años puedo decir que recuerdo que me dijeron desde que era muy pequeña. Palabras que se quedaron impregnadas.
Hoy tengo la suerte de saber otros adjetivos que me describen. Tales cómo: inteligente, constante, emprendedora, inspiradora, bondadosa, empática, y sobre todo c h i n g o n a. Si, chingona. Confieso que antes me daba pavor autodenominarme así. ¿Por qué la gente me iba a creer que soy una chingona? Pero la pregunta correcta siempre fue: ¿por qué yo no voy q creer que soy una chingona?
Y no tengo que ser productiva las 24 horas del día y los 7 días de la semana. A veces solo soy chingona porque logré levantarme de la cama. A veces soy chingona porque logré expresar lo que sentía. A veces soy chingona porque me atreví a quedarme en mi cama descansando. Y muchas veces soy chingona porque me atreví a ir a mi sesión de terapia.
Así que hoy quiero empezar la semana diciéndote que eres una persona chingona. Ya sea porque lograste obtener el trabajo que querías o porque simplemente lograste desayunar esta mañana. Sé que la vida no es fácil y que hay gente cruel allá afuera. Es por eso que también te quiero recordar que no seas un enemigo más para ti. Quiérete, apapáchate y háblate con la misma ternura que le hablarías a un niño de cinco años o a tu mascota. Hoy cambia esas palabras impregnadas.
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