Nosotros no nacemos odiando nuestro cuerpo, los carbohidratos o la grasa. Tampoco nacemos anhelando una talla o un peso. Nosotros simplemente no decidimos odiarnos, sino que nos enseñan a hacerlo. Y ese odio puede durar muchos años hasta lograr que hagamos cosas que en el fondo nunca deseamos.
Por años viví dentro de ese odio. Un odio que no me permitía ser feliz en mi propia piel. Un odio que me decía que nada era suficiente. Y me lamentaba por no tener el cuerpo perfecto. Por no alcanzar cierto peso o cierta talla. Incluso llegué a odiar mi propio vello.
Porque me enseñaron que un cuerpo hermoso era…
Delgado pero con curvas.
Lampiño pero con suficiente vello para tener las cejas perfectas.
Busto y trasero grande pero sin llegar a lo “gordo”.
Cabello lacio pero sin maltratarlo.
Y podría seguir con esta lista de lo que nos han enseñado que es lo que tenemos que alcanzar. Pero ya no más. Porque es muy cansado vivir en constante guerra con nosotros mismos. Es muy cansado que nos preocupe más engordar que contraer un virus. Tenemos que empezar a bajar nuestras propias armas y empezarnos a abrazar.
Nuestra propia casa necesita descansar. Porque no somos un templo porque eso se puede derrumbar. Tampoco somos un bosque porque eso lo podemos quemar. Somos nuestra propia casa y es la que más tenemos que cuidar. Porque este cuerpo nuestro nos va a acompañar por toda nuestra eternidad. Es hora de empezar cuidarla y amarla. Mi casa y yo hoy estamos en paz.
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