Esta es por, por mucho, una de las entradas más honestas que he escrito. Duele, porque proviene de un rincón muy oscuro, un lugar en donde solemos guardar los temas tabúes, pero tenemos que hablar de eso, de lo que duele.
El suicidio. La palabra tabú. La palabra por la que he llegado a perder amigos e incluso de la que soy sobreviviente. En un principio me sentía atrapada e incapaz de compartir esta parte de mi que define por qué estoy aquí hoy, tratando de crear conciencia. Pero necesito hablar, necesito hablar por aquellos que ahora forman parte de las estadísticas, por aquellos que hoy solo me queda agradecerles por haber tenido la resiliencia para quedarse todo el tiempo que pudieron.
Para alguien que nunca ha experimentado pensamientos suicidas, puede ser difícil entender por qué alguien se quitaría su propia vida. A menudo este acto es etiquetado como egoísta, cuando en realidad esto está lejos de la verdad. Llega un momento en que la depresión se apodera completamente y quita el deseo innato y natural de vivir porque el dolor emocional es demasiado grande como para poder soportarlo.
Todos los sentimientos son validos. Hay que aceptar que “está bien” sentirse mal. Nadie quiere sentirse triste, deprimido o incluso suicida. Hay que aprender a escuchar. Aprender que a veces existen 13 o 300 razones por qué una persona se siente miserable y quiere acabar con su vida. Hablar de este tema significa que podemos salvar vidas, que podemos crear conciencia.
Desde mi experiencia, aprendí que hay muchas maneras de salir de ese hoyo negro. Entre terapia, medicamentos, mi familia y amigos, encontré la alegría de la vida. Para aquellos que aún no la encuentran, solo me queda decirles que la tumba no te merece todavía. La tumba no merece todos esos sueños, esperanzas, metas, aspiraciones y deseos que aún te faltan por cumplir. El mundo te necesita. Cualquiera puede estar entre la vida y la muerte. Pero mejor aún, todos podemos tener una vida digna de ser vivida. Mereces la vida.
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