Cada quien llora a su modo. Cada quien olvida como le funcione. Cada quien canaliza el dolor como más le guste. Algunos se refugian en el deporte, mientras que otros se encierran en su trabajo. Algunos otros en alcohol, de fiesta en fiesta, de cuerpo en cuerpo. Otros solo duermen hasta que pase.
Otros pocos aprendemos a escribir. Aprendemos que no basta con darle voz a nuestros sentimientos, sino que a veces necesitan ser escritos y sacados a la luz. Aprendemos a sanar nuestro cuerpo, corazón y mente por medio de reflexiones con la esperanza de que los malos tiempos no duren para siempre. El dolor te cambia, para bien o para mal, pero lo que pasa con el escribir es que te ayuda a que ese mal se quede en hojas y el bien se quede en ti.
La primera vez que escribí fue en una simple libreta con la esperanza de que mis emociones se apaciguaran un poco. Después de eso no pude parar y me di cuenta que si quería recuperarme de mis caídas iba a tener que aprender a plasmarlas en papel. Así fue como fui descubriendo que tenía muchas cosas que decir, que el ser una persona que “siente mucho” me iba a ayudar a tener que depurarme de vez en cuando por medio de la escritura.
El escribir incluso me ha ayudado a tener una mejor comunicación con las personas a mi alrededor. Antes no lograba poder expresarles lo que pasaba en mi vida y ahora solo es cuestión de que me lean para que puedan entender mis pensamientos y sentimientos más profundos. Todas esas mariposas que siempre habían estado en mi cerebro, por fin han podido pasar al cerebro de otros.
El escribir también me ha ayudado a salir de mi zona de confort. Estuve tanto tiempo posponiendo el compartir lo que escribía por vergüenza, que al momento que lo hice me di cuenta que solo bastaba con que yo me sintiera satisfecha con mis publicaciones y no con la opinión de los demás. Mi psicóloga me enseñó que hablar cura, pero el escribir también. Escribir es terapéutico. Escribir es hablar. Escribir es vivir. Escribir hace tanto bien.
留言