Existen eventos traumáticos que a veces nuestra mente decide enterrar. ¿Por qué? Porque nuestra mente es tan inteligente y sobreprotectora que es su manera de sobrevivir. Pero todo lo que se entierra eventualmente brota. Brota como esa hierba que quieres evitar que crezca. Pero ahí está. Floreciendo. Y sí, por mucho tiempo creí que todo lo que florece es color de rosa, pero acabo de descubrir que no siempre es así. A veces esos traumas están listos para salir y te pueden agarrar desprevenido. A veces esa hierba crece sin tu permiso y debes de trabajar en ella para abrirle paso a algo más vivo.
Mi hierba brotó cuando menos lo esperaba. Brotó y por un tiempo decidí no hacerle caso. Pero creció y creció que fue inevitable no verla. Ahí estaba. Me miraba fijamente esperando a que lo hablara. Esperando a que la enfrentara. Y lo hice; la enfrenté con mucho miedo y dolor. Y vaya que dolió. Enfrentarte a tu hierba es algo que podría describir como volver a cortar esa herida que por mucho tiempo estuvo cerrada. Pero luego entendí que mi herida había sanado de una manera en que, tarde o temprano, solita se iba a volver a abrir.
Y si se hubiera abierto sola no sé qué hubiera pasado. Probablemente me hubiera controlado. No hubiera entendido de dónde viene ni a dónde me iba a llevar. Así que decidí arrancarla. Decidí quitarle su poder y decirle que yo no iba a ser solo hierba. Porque yo sé que estoy llena de flores. Flores que me han costado cultivar y que una simple hierba no las iba a marchitar. Ha sido difícil, la hierba aún no se va, pero sé que pronto dejará de importar.
Porque la hierba no va a decidir quién soy. La hierba es solo hierba. Sí, fue un evento traumático que probablemente marcó una diferencia, pero lo demás lo decido yo. Yo decido qué hacer con eso. Yo decido si la podo o si la dejo. Yo decido quién soy. Está bien olvidar quién soy por un rato. Eventualmente regresaré. Confío en la espera de sanar. Abrazo la incertidumbre. Por mientras, disfruto la belleza de llegar a ser.
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