La pandemia me enseñó a abrazar. A abrazar mis pensamientos y mis emociones. A recordar que sí necesito abrazos físicos y no virtuales.
Que esa historia de que no me gustan los abrazos es una que me tuve que inventar para no dejar a nadie entrar. Que mi odio a las llamadas telefónicas solo aplica si es un número desconocido porque ahora disfruto hablar con los míos.
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Porque sí quiero hablar de lo que me pasa. Quiero gritar a los cuatro vientos que no estoy al cien y eso está bien. Porque nuestra realidad pesa pero hay muchas manos dispuestas a levantarnos.
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Porque a veces más de una situación puede pisotear nuestro jardín, pero incluso en la oscuridad podemos volver a sembrar y de esta manera poco a poco sanar. Sí, parece haber mucha oscuridad, pero también sé que la luz vendrá.
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